El
buen rendimiento escolar significa
que el niño tenga capacidad para pensar, memorizar, recordar y analizar,
acompañado de una buena conducta y actividades eficientes. Para que esto
suceda, el cerebro necesita vitaminas y
minerales que son entregados a través de los alimentos. El cerebro crece mucho en los 2 primeros
años de vida y después de los 5 años lo sigue haciendo, pero muy lentamente
hasta la adolescencia, aunque nunca termina su desarrollo.
La glucosa es muy importante para el desarrollo y la energía del
cerebro, sin ella no podría enviar mensajes a las neuronas. La encontramos en el azucar, obviamente, frutas, chocolates, miel y dulces. El niño que no desayuna es
aquel que se muestra apático, decaído y hasta se duerme en clase; significa que
le bajan los niveles de glucosa y no presta atención a lo que se le enseña, lo
que repercute en un mal rendimiento escolar.
El consumo excesivo de bebidas gaseosas u otras estimulantes,
mantienen la mente despierta pero no aumenta la concentración ni la memoria;
así como las golosinas y la comida
rápida que pueden traer aparejados trastornos digestivos, cólicos,
intoxicaciones, sobre todo si es habitual la ingesta de estos alimentos.
En cuanto
al sueño, la falta de este puede
originar, entre otras consecuencias, graves
problemas de estudio, memoria e incluso pérdida de puntos en el cociente
intelectual, que “si no se tratan, pueden ser irreversibles”, según puso de
manifiesto el Doctor David Gozal en la reunión anual de la Asociación Ibérica
de Patología del Sueño. En términos
globales, un 30% de los niños tiene problemas de sueño que “deberían
solucionarse sin acudir a tratamientos farmacológico, tan sólo modificando sus
hábitos de sueño”. Concretamente, se recomienda que los niños entre 4 y 5 años duerman unas 11 horas; los de 6 años pueden
dormir algo menos, pero un niño de 8 años debe dormir al menos 10 horas, y un
preadolescente (13 o 14 años) unas 9; “una media que está muy lejos de
cumplirse.”
P.T. y A.L.